Guapo pa ser blanco

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Este título es una vuelta de tuerca a un verso del rapero Frank T (“Humor negro”). Pero ese tema, que contiene más alegatos contra el racismo que muchos otros intencionados, es una gota en un mar. Cualquier paso en falso puede sonar racista –en su sentido amplio, no sólo circunscrito al color de la piel. Me alegro de vivir una época en que ciertos prejuicios se están planteando, aunque muchos se erijan en guardianes de lo correcto. Hay muchas maneras de dejar claro que las vidas negras cuentan. Hay muchas formas de reivindicar a la minorías, las culturas marginales, los puntos de vista alternativos. Lo que defiendo es que una creación cultural, más allá de pasar un baremo moral, debe ser valorada por sí misma, sin cancelación por otros motivos.

Todos hemos visto que la detención y homicidio de King desató una escalada intelectual y social que fue más allá que otros casos anteriores de la policía yanqui con los infractores –o inocentes– afromericanos. Una prueba de lo revulsivo de este último abuso es el Black Lives Matter. No creo que las personas con dos dedos de frente necesiten una etiqueta para valorar a cada ser humano por sí mismo y no por el color de la piel. Los destrozos de estatuas son un buen ejemplo de reivindicación mal entendida. Echar abajo a la representación de Jefferson, Colón o el mismísimo Juan Junípero no facilita la comprensión ni potencia el hecho del racismo. Y como la universidad no es ajena a la sociedad, aunque sea un reino aparte lleno de sabiduría e incomprendido por el grueso de los ciudadanos, resulta que ha reavivado esas concienciadas plataformas para visibilizar las minorías. Cosa necesaria en ese mundo pálido y de poca musculatura, producto más de las luces halógenas que de ser de más o menos el norte del hemisferio norte.

Pues bien, esos movimientos universitarios abogan por la necesidad de que Occidente, después de tantos siglos, se dé cuenta que por ser blanco, no es tan listo, ni tan guapo como se cree. Danel-el Padilla, profesor de Historia Romana en la Universidad de Princeton, emigró desde República Dominicana y vivió en la indigencia unos meses con su familia cuando era adolescente. Un fotógrafo de prensa lo retrató, descubrió su talento, y le apoyó. El chico subió de escalafón. Ahora desde su posición de poder, es el promotor de una corriente con una denominación sarcástica: “Salva a los clásicos de su blancura” (Save Classics from Whiteness). Padilla viene a decir que, ya que los movimientos de ultraderecha usan la herencia clásica como parte de su ideología e iconografía, se debe incluir esos estudios dentro de la antropología u otras ciencias sociales que los comenten. No dudo de la buena intención, pero es lo mismo que matar al mensajero.


Es comprensible que voces que antes se marginaban den su propia versión de la HISTORIA (así, en mayúsculas y si se puede en tipo itálico). El señor Padilla es inteligente, ama el latín y el griego, y seguro que su teoría es más para epatar que para segregar. La solución, como casi todo, es aunar, es decir, simplemente hay que integrar, no demonizar, y Aristóteles, Plauto o Sófocles, con sus luces y sombras, nos enseñan rasgos humanos como una danza watusi.

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